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Lidia trabaja en un lujoso edificio del centro. Su trabajo como administrativa es menos impresionante de lo que podría parecer por la recepción de mármol de la oficina, pero se considera afortunado, ya que tiene un trabajo, un piso propio y unos ingresos regulares.


Todos los días, al salir de la estación de metro, pasa por delante de varios mendigos. Normalmente le da un euro, o lo que tenga de cambio, a alguno de ellos cada día de la semana. No elige al azar, sino que tiene sus favoritos. Suele darles a los que ve habitualmente en el mismo lugar y no a los recién llegados. Hay una mujer que está siempre rodeada de bolsas llenas de ropa vieja; murmuraba para sí, pero se deshace en agradecimientos a Lidia cuando esta deja caer moneda en su regazo. También está el viejo que siempre la saluda con la cabeza, tanto si le da algo como si no.


Es más difícil que le dé a la parejita joven que se pone a la salida de la estación (esos yonquis con esa mala pinta que parece que pudieran darle un tirón del bolso si se acerca demasiado) o al tipo mugriento que va siempre de un lado a otro con una botella de algo en la mano y suele gritarles guarradas a los que pasan. Hoy, sin embargo, hay una cara nueva, un joven con un perro hecho un ovillo a sus pies. El perro, al que parece que le vendría bien una buena comida, le recuerda al perro de su infancia, y aunque el hombre no es de sus <<habituales>>, lo elige a él para su donativo diario.


ACTIVIDAD


LOS MENDIGOS SON UNA PRESENCIA DIARIA EN LAS CALLES DE MUCHAS CIUDADES. ¿PERO DARLES UNOS POCOS EUROS PARA MITIGAR NUESTRA CULPA ES LA FORMA MÁS EFICAZ DE AYUDARLES?


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