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Imagina que eres un joven que lucha contra una guerrilla insurgente.


Los enemigos no llevan uniformes fáciles de identificar y se camuflan entre la población local, para aparecer cuando menos te los esperas y tenderte una emboscada. Pasas la mayoría del tiempo asustado, aterrorizado del enemigo y con miedo de tu sargento, que parece casi peor porque siempre lo tienes encima gritándote en la cara. No confías en tus superiores, las raciones son malas y hace un tiempo espantoso. Llegas a una aldea al amanecer. No se ve a nadie por los alrededores. Nada se mueve, excepto animales vagabundos. Oyes un disparo, pero no tienes idea de dónde viene. Tu superior y el sargento gritan: ¡fuego! !fuego!.


El mundo se vuelve rojo, rojo sangre. Una hora más tarde te ves frente a una montaña de cadáveres: hombres, mujeres y niños. Se han encontrado algunas armas, pero todos los aldeanos están muertos, y las únicas bajas en vuestro bando han sido producidas por fuego amigo. Incluso aunque el conflicto sea una guerra justa, es decir, que estas luchando del lado de los buenos has tomado parte en un crimen de guerra: una masacre de civiles.


Podrías alegar que, en el caos y la confusión de la guerra, confiaste en que tu sargento y el comandante tomarán las decisiones éticas pertinentes, defensa que el juez podría aceptar, dadas las circunstancias.


ACTIVIDAD


LA DEFENSA DE LAS ÓRDENES SUPERIORES, QUE FUE DADA A CONOCER POPULARMENTE DURANTE LOS JUICIOS DE NUREMBERG POSTERIORES A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, REPRESENTA UN ESPINOSO DILEMA ÉTICO. ¿ES REALMENTE UNA JUSTIFICACIÓN PARA LAS ACCIONES INMORALES ALEGAR QUE SÓLO OBEDECÍA ÓRDENES?


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