¿Recuerdas a Sandra, a la que conocimos en el dilema 2? No paraba de darle vueltas a si debía seguir regalándole su caprichito diario (el latte que compraba cada tarde de vuelta a casa) después de que un captador de ONG le contara que por el precio de su café con leche podría salvarle la vista a alguien.
Ahora imagina que Sandra es una alta funcionaria de un órgano de administración nacional encargado de la ayuda internacional. Aquí no hablamos de dar unos pocos dólares para cambiar la vida de una persona, sino de cientos de millones de dólares que podrían cambiar las vidas de miles de personas en regiones y países enteros.
Pero Sandra no es experta en desarrollo internacional no está especializada en ética. Es una representante política electa. Aun así, plenamente decidida a encontrar la mejor forma de distribuir la ayuda a su disposición, sin favorecer a los aliados de su país, ni maximizar el potencial comercial o político que pudiera tener esta ayuda. Así que ¿en qué criterio debería basar sus decisiones?
Podría optar por medidas objetivas como la renta y el poder adquisitivo, pero son demasiado excluyentes; o podría aspirar a <<maximizar la felicidad individual>>, pero la felicidad es un concepto bastante difuso y difícil de definir. Tiene que encontrar un método que combine medidas objetivas y subjetivas.
ACTIVIDAD
CADA AÑO SE DESTINAN MILES DE DÓLARES, LIBRAS Y EUROS A AYUDA INTERNACIONAL PARA LOS PAÍSES EN VÍAS DE DESARROLLO, PERO ¿QUÉ CRITERIOS DEBERÍAN DETERMINAR QUIÉN RECIBE AYUDA Y, POR ENDE, QUIÉN NO?
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